«La masonería es una asociación discreta, que no secreta».
Seguro que todos hemos escuchado esta frase en alguna que otra ocasión, como respuesta que los masones solemos dar al falso tópico atribuido a nuestra Orden de ser una organización secreta. No es dificil comprender, si se mira con atención a la Historia, que la masonería sólo ha sido secreta en aquellos lugares y tiempos donde ha sido ferozmente perseguida y, condenada a la clandestinidad, no le quedaba más remedio que permanecer oculta. En aquellos países donde nuestra presencia está plenamente integrada en la sociedad y en todas las sociedades democráticas, la Masonería es una asociación civil como cualquier otra, inscrita en los registros gubernamentales y sujeta a sus leyes y reglamentos.
Sin embargo, la masonería sí es una asociación «discreta», en el sentido de que actúa sin hacer alarde ni ostentación de ningún tipo, trabaja fundamentalmente de cara al interior, guarda la privacidad de sus miembros, y promueve la prudencia en todos sus ámbitos. Eso también incluye, la reserva para guardar un secreto, o cualquiera otra información que no hay necesidad de que nadie ajeno conozca.
La discreción y la cautela para guardar algo secreto, es algo que opera en las familias, en nuestros ámbitos más intimos, entre amistades, en relaciones laborales y empresariales, en el ámbito político y en el de cualquier organización civil: se trata de dejar intramuros la propia dinámica interna, para salvaguarlarla de intervenciones de terceros ajenos que desconocen en profundidad la materia y podrían perjudicarla, y para crear un espacio seguro donde compartir y expresarse con absoluta libertad y confianza.
Pensemos en una confidencia que le contaríamos a un persona querida. No tiene por qué tener nada de malo o condenable en sí mismo, simplemente un pensamiento íntimo y personal. Normalmente, esperamos de esa persona que sea «discreta», esto es, que además de guardar el secreto en señal de lealtad, actúe con tacto o con disimulo cuando ese secreto pueda verse comprometido ante terceros. Si así lo hace, nuestro vínculo con esa persona se verá reforzado y será diferente al de otros con los cuales no hemos compartido el secreto, esa señal de fraternidad que hace aumentar la complicidad mutua.
Algo similar ocurre en masonería. Sus secretos no son más que un conocimiento, experiencias e historia que son trasmitidos unos a otros oralmente y dentro de la propia sociabilidad masónica que los hace tomar vida. El secreto masónico no es valioso en sí porque sea secreto, por permanecer oculto, no pierde su esencia si se desvela (de hecho, todo está vastísimamente impreso y publicado); sino que su valor reside en servir de herramienta para forjar la fraternidad y convertirnos en Hermanos. Sin secreto, la masonería sería una asociación como otra cualquiera y no seríamos hermanos, sino socios o afiliados.
Por lo tanto, el hecho de romper el secreto, de no ser discretos, rompe también el lazo de unión entre los masones, el propio tejido relacional que nos une, nuestra fraternidad. De igual modo que una amistad se vería rota si una parte rompe su promesa y traiciona el secreto y la promesa de lealtad hecha a la otra parte. Su vínculo se ha debilitado y difícilmente volverá a ser el mismo: algo dentro de nosotros mismos habrá cambiado.
El secreto masónico nos vincula porque es señal de lealtad mutua, de la discreción debida entre Hermanos. El secreto es un pequeño tesoro que debe permanecer oculto para que podamos entregárnoslo unos a otros en señal de fraternidad, y seguir así la cadena de la Historia que continuamos desde 1717 hasta nuestros días.
Seamos discretos. Guardemos el secreto. Preservemos la fraternidad.